Jardines históricos
Una de las aportaciones más importantes de los Austrias fue el 
				desarrollo de infraestructuras hidráulicas ligadas al Río Tajo. 
				Éstas, además de ampliar las zonas regables de la huerta de 
				Aranjuez, permitieron la creación de amplios jardines diseñados 
				por ilustres jardineros paisajistas que, desde el reinado de 
				Felipe II hasta nuestros días, han contribuido a su desarrollo y 
				engrandecimiento. 
				
				Pero sin duda alguna destacan los tres grandes: el de la Isla, 
				el del Parterre y el del Príncipe. Son de estilos muy distintos 
				pero enlazados por la multitud de especies vegetales traídas de 
				los cinco continentes y la significativa colección fuentes, que 
				con frecuencia nos recuerdan historias mitológicas en sus 
				conjuntos escultóricos. 
				
				El Jardín del Príncipe, impulsado por Carlos IV, destaca por su 
				extensión de 145 hectáreas. Es el más grande jardín cerrado de 
				Europa, y está enmarcado por el río Tajo y 3 km de cerca con una 
				monumental rejería metálica jalonada por dos grandes puertas.
En su seno se encierran espacios singulares, como el Embarcadero 
				Real y el palacete de la Casa del Labrador. El Embarcadero 
				cuenta con un muelle sobre río que recrea un puerto fortificado, 
				y tras él se sitúan cuatro pequeños pabellones para los festejos 
				reales ligados a los recorridos fluviales. Por su parte, la Casa 
				de Labrador es un curioso palacete de ocio, no cuenta con 
				dormitorios, solo salones para eventos, Fue una propuesta de 
				Carlos I que Carlos IV llevó a su máximo esplendor.
				
				El Jardín del Príncipe está ordenado en largas avenidas 
				ordenadas entre glorietas, con monumentales fuentes lagos 
				recreativos, como el de Chinescos. Estos espacios de jardinería 
				monumental se envuelven en grandes parcelas donde medran 
				frutales de todo tipo, e incluso una zona de “esfufas”, un tipo 
				de invernaderos donde crecen las plantas que luego se asientan 
				en los jardines. Cuenta con el “plátano padre”, un monumental 
				árbol singular de 255 años de vida, 42 m de altura y 7 m de 
				perímetro.
				
				
				
Junto a él, en una artificial ínsula creada en el Tajo, el Jardín de la Isla. Es un jardín renacentista con alta densidad monumental y con la sonoridad constante de la Cascada de la Castañuela. Hay una serie de pequeñas fuentes escondidas en una malla de angostos paseos encerrados entre el Tajo y su canal, que alimenta esta monumental y sonora cascada. Dos puentes conectan el jardín con el Parterre y el resto de la ciudad, y la colección de pequeñas fuentes monumentales, cargadas de referencias mitológicas, merecen una pausada visita.
Junto a ellos hay, por otro lado, pequeños espacios ajardinados con mucho encanto, como los jardines del Rey, la Reina, adosados al propio edificio del Palacio Real. Además de estos pequeños jardines palaciegos, destacar el urbano de Isabel II, el primer jardín destinado no a los reyes y nobles, sino a los vecinos.
Fuera del espacio urbano, los Sotos del Rey Felipe II crean uno de los espacios agrícolas ordenados más valiosos del país. En torno a la Glorieta de las 12 calles salen sendas grandes avenidas flanqueadas por altísimos árboles. Es un paisaje ordenado de vastas dimensiones, cubre un buen tramo de la orilla norte del Tajo, llegando casi hasta su confluencia con el Jarama. Entre sus singularidades, acogió un hipódromo que acogió carreras de cierto nivel, el de Legamarejo, que tuvo su mayor esplendor entre 1916 y 1934, y luego fue clausurado y reparcelado. También acoge la Azuda de La Montaña, una espectacular noria del siglo XVIII recientemente restaurada.
El Tajo
La historia de Aranjuez es la crónica del esfuerzo por 
				comprender el Tajo y dominarlo.
				
				El artífice principal del paisaje arancetano es el agua. El Tajo 
				y su afluente el Jarama la traen, y es en este llano interfluvio 
				donde sus volubles cauces, de meandros cambiantes, hidrataron y 
				fertilizaron la tierra, llenando el valle de bosques de ribera y 
				humedales que, más tarde, se convertirán en los jardines y la 
				huerta que conocemos. Una densa red de canales se abre en la 
				orilla derecha del Tajo desde el embalse del Embocador, un dique 
				del siglo XVI recientemente restaurado que fue la clave del 
				desarrollo agrícola de esta vega. De sus aguas nace el canal de 
				la Azuda, que se pega al La Montaña y avena todas las huertas. 
				Incluso aprovechado la Azuda, la noria histórica, regaba huertas 
				situada en una cota más alta. 
				
				Diques y acequias controlaron las crecidas, e hicieron navegable 
				el tramo más cercano a la villa. Un embarcadero regio se 
				construyó para la fluvial escuadra borbónica, aquellas falúas 
				que surcaban el río mientras los cortesanos escuchaban música. 
				Junto al muelle, el Museo de Falúas conserva aquellas barrocas 
				naves y otros elementos. 
				
				Y hasta los años 60 del pasado siglo, este mismo tramo era el 
				lugar de arribada de miles de troncos talados en la remota 
				Serranía de Cuenca, que bajaban hasta Aranjuez en espectaculares 
				maderadas pastoreadas por los “gancheros”.
				
				Actualmente, el Tajo sigue siendo eje de numerosas actividades 
				lúdicas y deportivas. Su club de piragüismo consigue éxitos 
				internacionales, y una vez al año nos sorprende llenándose con 
				multitud de divertidas embarcaciones artesanales en el singular 
				“Descenso Pirata del Tajo”.